lunes, 2 de agosto de 2010

IMAGINANDOTE.




Me poso en tus neuronas  
 y acerco mi cuerpo moreno
a la niebla de tus pechos.

Voraz como una fiera,
lanzó mi primer zarpazo de caricias
marcando tú cabello con mi voluntad.

Muerdo tus labios en mis sueños,
trato de sangrar tus deseos
y de no pecar con mis manos,
cuando deseo no solo frotar tu espalda.

Tú mirada detiene mi comida,
tus pupilas preguntan por mi amor,
pero aun sin respuesta;
tus ojos se cierran tras mis espejos,
dándome un lugar en tu alma
para amar y vivir.

Arrastro tu vientre
hasta el alcance de mis ganas
procurando que baile
al son de mis sonidos.

Tus uñas apuñalan mis costillas
y buscan un recreo de sentidos,
provocando la intensidad
de mis instinto de vampiro,
al arrancarte la piel
plagada de temores.

Detengo a mis labios
por la insistencia
del silenció de los tuyos,
al sentir un susurro
de cansancio y dolor.

Es entonces el comienzo
del trotar de tus versos
sobre el desierto de mi piel,
firme, sensual, pecaminosamente.

Pirámides construyes
de ósculos en mi figura,
comenzando en lo alto
con un te amo,
y terminando en el infinito
con un te quiero.
Tallas y bendices mi espalda
con un millón de mordidas,
 “moreteando” mis esqueléticas colinas.

En mis brazos
escasos de voluntad,
levantas
cordilleras de montañas,
frotando tu luz
con mi oscuridad,
erizando
el forraje de mi alma.
Mi olfato vuelve a ver
tu azulado aroma,
semejándose al olor
de la tierra cuando llueve,
dándome un paisaje
de dos blancas montañas.

Trato de no unir mi boca
al contraste de tu piel,
pero es tan inevitable
como el respirar.

Siento tu ternura
con el apogeo del día,
siento tu dulzura
con ese pausado parpadeo,
pero más siento,
el gozar de tus caderas.

El vaivén de tu cabello
y de algunos pares más,
provocados por mi forma
de hacerte
ver al sol sin cerrar los ojos;
presionan mi cuerpo, mente y alma,
para terminar de pintar
tú figura sobre mi pecho.

Finalmente después de tanto volar
en más de cuatro direcciones,
después de tener el sabor de tu piel,
después de tatuarme tu calor y color.

Tu cuerpo desciende y caes
como ave herida por el clímax,
deteniéndote un suspiro
que grita y anhela
una próxima vez.






misael